Los antiguos poetas de la India siempre consideraban el inicio del monzón una época de gran romanticismo, de forma muy parecida a cómo los poetas románticos veían a la primavera. Las lluvias monzónicas traen consigo el alivio del infernal calor del verano hindú, hacen revivir los jardines con abundantes colores y fragancias e inspiran a los pavos reales salvajes a iniciar sus extraños rituales de apareamiento. Los mensajeros que anuncian semejante transformación no son otros que los cumulonimbos, los cuales les ha granjeado un lugar especial en los corazones hindúes. Este hecho nunca ha sido más bellamente expresado que en un poema del más importante de los poetas en sánscrito, Kalidasa, escrito en algún momento entre el año 50 a.C. y el año 400, d. C.
Se llama "Meghaduta", que significa "la nube mensajera" y en él se habla de un "yakhsa", uno de los semidioses, responsable de guardar los tesoros y jardines pertenecientes a Kubera, el dios hindú de la riqueza. Ese yakhsa cuyo nombre desconocemos no había cumplido bien con sus obligaciones (quizá había olvidado cerrar bien el almacén de joyas de inimaginable valor del dios, pero no lo especifica), de manera que su señor le echó una maldición: Lo desterró de su hogar en el Himalaya y lo obligó a pasar un año sólo en los montes Vindhya del centro de la India.
Vagando sin rumbo de una ermita a otra entre las montañas, el yakhsa no tenía más que hacer que suspirar por su esposa allá en su hogar y contar los solitarios meses que le quedaban para volver. Cuando llevaba ocho meses de exilio, advirtió un oscuro cumulonimbo aferrado a la cima de la montaña. Sólo podía significar una cosa.
El yakhsa sabía que era en la estación del monzón cuando los hombres viajeros regresan con sus esposas y la visión de aquella nube intensificó aún más su anhelo. Al percatarse de que el viento del sur arrastraría la nube en dirección a su hogar en el Himalaya, decidió pedirle que le llevara un mensaje a su amada esposa:
"...Tú eres el refugio, oh nube de los afligidos...Llévale por tanto a mi amada un mensaje mío, separado como estoy de ella por la ira del Señor de la Riqueza.
Cuando aparezcas en el cielo en toda tu magnificencia, qué otro hombre, cuya vida no dependa de otro como la mía, podrá desatender a su esposa, afligida por la separación..."
Le dio a la nube indicaciones detalladas para llegar hasta su ciudad natal en el norte. Le señaló en que rios del camino podía detenerse a beber y le sugirió qué cumbres montañosas podia abrazar para descansar. El yakhsa le describió con lirismo las escenas que encontraría la nube en su viaje. En la ciudad de Ujjayini, por ejemplo, vería muchachas bailar en el santuario de Shiva y al sentir caer las primeras gotas de lluvia alzarían las miradas con excitación, pues sabían que sus amados no tardarían en regresar.
"...Sin duda el rostro de mi amada, apoyado en su mano, con los ojos hinchados por llorar en exceso, con el labio inferior de otro color por la calidez de sus suspiros y sólo parciualmente visible porque el cabello despeinado caerá sobre él, tendrá el mísero aspecto que tiene la luna cuando tú te interpones y ocultas su luz..."
Advirtió al nubarrón que no asustara a su esposa, sino que la despertase con una fina brisa, que la refrescara con su gotitas y que se asegurase de que los rayos quedasen sofocados en su interior. Le pidió que la consolara con truenos suaves, que le dijera que no renunciara a esperarlo, pues la maldición que lo tenía separado de ella no tardaría en acabar. Una vez transmitido el mensaje, la nube sería libre de alejarse flotando y disfrutar del esplendor de la temporada de lluvias.
El yakhsa de Kalidasa se despide del cumulonimbo con un deseo: Que la nube mensajera nunca tenga que sufrir la cruel separación de su amado consorte. El rayo.
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