No corren buenos tiempos para la naturaleza. Al hecho de que los desastres ecológicos están casi al orden del día: vertidos químicos incontrolados a los ríos (incluso dentro de zonas protegidas como los parques nacionales: Doñana), averías o hundimientos de buques en alta mar con el consiguiente derrame de su combustible o de la carga que transportan (Prestige), explotación de algunos espacios dunares de alto valor ecológico, etc, se le unen los incendios forestales que arrasan tanto bosques como la imprescindible cubierta vegetal, necesaria para evitar los efectos de la erosión.
Dicha cubierta vegetal, la cual regula el régimen hidrológico, defiende además a los embalses del aterronamiento y crean un microclima de indudable valor agrícola, ecológico y turístico. Evita la excesiva escorrentía que incrementaría la desertización al discurrir el agua de la lluvia por un terreno sin apenas obstáculos. Constituye el hábitat de muchos animales que se verían obligados a emigrar o morir si el área vegetal desaparece; todo ello sin contar con la riqueza de las especies vegetales diezmadas.
Todo el ecosistema puede quedar alterado. El bosque reduce el calentamiento del suelo, frena el viento, modera las oscilaciones de temperatura, aumenta la transpiración, eleva la humedad relativa, regula la precipitación con sus ramas y hojas y contribuye con el material muerto al esponjamiento y a la fertilidad del suelo.
La tala y quemado del bosque por el hombre se hace para utilizar la tierra con fines agrícolas (aunque no siempre) u obtener madera para los aserraderos, celulosa, aglomerados; para fabricar corcho y papel. En estos momentos, enormes extensiones que podrían considerarse como el pulmón de la Tierra pueden estar ardiendo. El bosque está siendo quemado y aniquilado sin misericordia para obtener superficies de cultivo (pan para hoy y hambre para mañana), acompañado de una política económica que no puede (o no quiere) poner coto a toda ésta desolación.
Los incendios provocados se suceden día tras día. En 1987, la foto de un satélite reflejó un área quemada tan grande como la Comunidad de Castilla y León, en un sólo día. Lo malo es que los incendios no se provocan para crear fértiles áreas de cultivo, pues el suelo llega a empobrecerse debido al continuo arrastre de la tierra en épocas de lluvias; más bien, los incendios se "programan" para proyectos industriales, financiados muchas veces por los que tienen la responsabilidad de ir en contra de estos desastres.
Los incendios arrasan la cubierta vegetal y emiten a la atmósfera ingentes cantidades de C02. |
Debe quedar claro que la sequía no constituye un factor esencial en la ocurrencia ni siquiera en la extinción del fuego; si bien es cierto que un periodo prolongado de ausencia de lluvias aumenta la intensidad del incendio una vez que éste ya se ha producido; como tampoco es relevante la ausencia de agua en el suelo.
El factor más importante en el incendio es la sequedad, es decir, la escasez de agua de los combustibles, tanto ligeros como pesados, que constituyen la vegetación del bosque. Los incendios no se producen, generalmente, por causas naturales. Ni los rastrojos, por secos que estén, ni por sucio que esté el bosque, ni por alta que sea la temperatura, el sol puede por sí mismo encender el material y comenzar el incendio. Hace falta un punto incandescente (cerillas, colillas mal apagadas, rescoldos, brasas de comidas campestres dejadas impunemente por los excursionistas, sin olvidar cristales de botellas rotas que al incidir sobre ellos los rayos solares actúan como lupas. A mala fé, y con la intención de provocar el fuego, también se utilizan las mechas de retardo que provocarán el incendio cuando el responsable de su colocación ya esté muy lejos del lugar en el que las dejó.
Otras causas desencadenantes pueden ser las descargas eléctricas en situaciones de tormenta, cuando el rayo golpea con mayor facilidad la punta de los árboles y los incendia. Todos estos factores, en combinación con otros puramente meteorológicos y con el estado de sequedad de la vegetación, conducen al desastre; su intensidad y violencia dependerá de otros parámetros.
En la lucha contra el fuego hay que recordar que, desgraciadamente, también se pierden vidas humanas. |
Dinámica del fuego
El fuego se inicia en las hierbas o rastrojos leñosos de poca altura expuestos libremente al aire. Puede que el material esté muy seco o incluso muerto. El fuego aumenta y comienza a propagarse; se incrementa la temperatura y las llamas ascienden. El viento sopla aportando más oxígeno a la combustión y así el fuego crece y se aviva. Si el terreno es inclinado, el aie caliente se desplaza estimulado por la pendiente orográfica y al mismo tiempo se desencadenan corrientes convectivas que propagan verticalmente el incendio.
Si el fuego comienza sin viento y la vegetación es uniforme y homogénea, se extiende en forma circular en todas direcciones. Pero estas condiciones no se dan casi nunca debido a la diferente combustibilidad de las especie, la pendiente del terreno o el viento. La temperatura que se alcanza en el incendio constituye un factor de la máxima importancia en el desarrollo del mismo, pues aparte de influir el la propagación trae las más graves consecuenias, no sólo en los árboles, sino también en el suelo. Por otro lado, el calor desarrollado dificulta los trabajos de extinción e incluso pone en peligro la vida del personal de la operación.
El calor liberado por el fuego se propaga por radiación y por convección y lleva al punto de ignición al material combustible que ni siquiera esté afectado directamente por el fuego. Los árboles sufren una gravísima agresión y si su temperatura sobrepasa los 60ºC, su savia comienza a hervir en el interior y su muerte es inevitable.
Factores meteorológicos
Precipitación: El combustible vegetal arde con más facilidad cuanto mas seco está. No todas las especies vegetales contienen en un momento dado la misma cantidad de agua y cuando son apeadas (ya sea por corte de árboles por el pié o por despredimiento de hojas y ramas) se orean y secan al aire reduciéndose su humedad hasta valores superiores al 85%, quedándose prácticamente sin agua. La situación cambia cuando llueve, pues entonces el agua entra por los huecos, impregna el material y es muy difícil que arda. La lluvia, además de humedecer y mojar directamente la capa vegetal, empapa el suelo y entonces llega por capilaridad a las raíces y a la propia cubierta vegetal.
Humedad del aire: La materia vegetal es altamente higroscópica, es decir, que absorbe o exhala fácilmente la humedad. Por consiguiente, su humedad está en estrecha relación con la humedad del aire y absorbe ésta hasta que se satura y equilibra con la del ambiente; se alcanza entonces lo que se denomina humedad de equilibrio higroscópico. Si la humedad relativa del aire aumenta, también lo hará la de los vegetales y, al revés, si disminuye, se desecarán. Resumiendo: Cuanto mayor sea la humedad relativa del aire el riesgo de incendio será menor, pues el calor que llega se emplea en evaporar el agua con el consiguiente enfriamiento.
Duración de la sequía: La sequía constituye un tiempo más o menos largo en el que hay carencia de agua. Si va acompañada de temperaturas altas, la humedad relativa del aire disminuye y además las corrientes subterráneas se desecan. Si la sequía es persistente, las plantas van perdiendo agua y el riesgo se agudiza.
Velocidad y dirección del viento: La fuerza del viento constituye un factor de la máxima importancia en el incendio. Antes del siniestro reseca las plantas al evaporar el agua que contienen. Una vez iniciado, lo propaga arrastrando el combustible a zonas más alejadas. Además trae más oxígeno, lo que significa mayor capacidad de combustión. Si el viento supera los 14 metros/segundo y la vegetación está seca., el incendio es imparable.
La dirección del viento tiene tanta importancia como su velocidad. Si se mantiene sin cambios indica la dirección de avance del incendio hacia otras zonas forestales y la posible evacuación de las personas en peligro, de las comunidades habitadas, protección de puntos industriales, etc. Es útil también para predecir otros parámetros meteorológicos como la precipitación que puede ayudar eficazmente a la extinción del fuego, la temperatura y la estabilidad de la atmósfera.
Insolación: Depende de la época del año y de la cubierta de nubes. Es máxima en verano coincidiendo con la estación seca cuando los incendios, precisamente, son más frecuentes, aunque no exclusivamente pues éstos puden producirse en pleno invierno y que son provocados para luego poder aprovechar el terreno en la próxima primavera.
Los equipos de extinción se valen de la aeronáutica cuando se trata de apagar un incendio. |
Incendios de difícil control
Cuando la temperatura es mayor de 35ºC, la humedad relativa menor del 20% y la velocidad del viento está entre los 10 ó 18 metros por segundo (o valores más altos) el incendio se propaga a una velocidad de uno a dos kilómetros por hora. Algunas brasas, empujadas por el viento, pueden llegar a caer, incandescentes, a una distancia superior a los 5 kilómetros e iniciar allí nuevos fuegos. Se han alcanzado intensidades de 16 MW/m del frente de fuego cuando se sabe experimentalmente que la intensidad máxima a la que se puede extinguir es de 3 MW/m. Por encima de éste valor apenas puede hacerse nada. En las praderas, los valores de propagación e intensidad son áun mayores.
NOTA DEL AUTOR:
Las fotografías de éste artículo han sido tomadas de internet.
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